sábado, 17 de septiembre de 2011

Nunca Más

A 35 años de la Noche de los lápices, los lápices siguen escribiendo... Por los chicos de esa noche, por los de otras noches y otros días, desaparecidos durante el gobierno militar, decimos... NUNCA MÁS!

ES BASTANTE

La sala está vacía, hay tan solo un escritorio, una pequeña biblioteca, algunas fotos y un par de insignificantes muebles. Si uno entrara, lo primero que ve es el sillón. La sala no tiene gran iluminación…A decir verdad, la casa no tiene gran iluminación desde que se fue.

A veces estoy allí y escucho como hablan de Ella a mis espaldas. No se atreven a nombrarla, pero lo dicen de distintas maneras: La que se fue, La que no está, Ella. Yo tampoco la nombro, no le hablo, ni hablo de Ella, pero la escucho todo el tiempo, y cuando no la escucho busco entre los silencios algún rasgo que me suene familiar.

La que se fue no se termina de ir, y ojalá nunca se hubiera ido. Por las noches suelo despertarme. La soledad no es como la creen, no es silenciosa. Está repleta de cosas que esperan ser descubiertas.

Extraño a La que no está. No sólo yo, la casa. En la noche, el viento sopla y lo hace muy fuerte, silba su nombre, pero La que no está no sale, ya no me dice que de tanto viento se va a volar. La que no está ya fue volada por el viento.

A veces escucho que vuelve y salto de la cama lo más rápido que puedo. Espero poder encontrarla en la punta de la escalera, tal vez viene a buscar algo que se ha olvidado, pero nunca llego. A medida que pasa el tiempo, mis pies y mi cuerpo en general son más lentos. Me cuesta más y duele.

Duele levantarme saltando, buscando a La que no está. Duele volver a la cama sabiendo que no está, que hoy tampoco regresó. Duele el no poder dormir y levantarme nuevamente, caminar cual muerto que no encuentra su tumba al amanecer, sentarme en el sillón y esperar. Esperar y esperar.

Esperar a que la puerta se abra y encontrarme con su cara, con que el tiempo no la ha cambiado, que es la misma que un día dejó de estar. Pero no es así. Nunca es así, la puerta no se abre, los escalones rechinan solos, nadie los pisa. El viento no silba nombres y Ella no se ha olvidado nada, ni su sombra.

La que se fue dejó todo. Lo dejó porque sencilla y espantosamente ya no está y yo espero que vuelva.

De todas formas no sólo La que no está me dejó: las grandes mujeres de mi vida se encargaron de ponerle nombres y colores a esta soledad tan apagada. Tienen tantas cosas en común como diferentes, pero hay una que recuerdo día tras día: me han dejado solo. Cada despedida dolió, cada despedida me creó un vacío y un fantasma más que colgar en el placard.

Las despedidas duelen y se ven como un para siempre: “se va para siempre”, “me deja para siempre” “me queda su ausencia para siempre”. No importa si es así realmente, pues sólo dos de ellas me han dejado para siempre, pero todas se llevaron algo de mí y me dejaron este sabor amargo, no en la boca, en la vida.

Una me dejó sin amor para siempre, la otra sin luz ¿para qué hablar de lo que se han llevado las otras?

Ellas cada tanto vuelven a aparecer, me cuentan de sus vidas, de las cosas que les importan, a veces llegan a decir que me extrañan. Juro que intento sonreír en su presencia, o al menos desalquilarle mis ojos a la tristeza por unos minutos, aunque luego los vuelva a poblar. La muy desgraciada ha pagado pensión completa por los próximos cien años. Espero no vivir para contarlo.

Hace ya algún tiempo una de ellas, una de las mujeres de mi vida, me dijo que La que no está no es La que se fue, que yo le solté la mano y dejé que me la arrancaran. No entiendo por qué me lo dijo, pues me la han arrancado, pero nunca la dejé. Ni siquiera ahora, que los dedos de las manos no me dejan contar hace cuanto no veo sus profundos y nunca mentirosos ojos marrones.

Ella me dejó. Ella nos dejó. Nos abandonó y no volvió, ni vuelve, aunque yo la sigo esperando. Todos se han cansado y en algún momento cruzaron esa puerta. Por eso vivo solo y aún en mi soledad estoy acompañado.

Acompañado cada despertar de un sol que no me devuelve nada, ni siquiera las ganas de vivir. Entonces, con las pocas ganas que me quedan, vivo y lo hago sólo para esperarla.

Por las noches me acuesto en mi cama, en el dormitorio del segundo piso. La cama me queda tan grande, allí también está la ausencia de una gran mujer, mi mujer, una que me dejó sin aviso y lo hizo para no volver.

Por las mañanas me despierto en el sillón. Son raras las mañanas que permanezco en mi cama, no lo son las que me encuentran despierto luego de una noche sin dormir.

Tal como hoy, sentado en mi escritorio, mientras que por la ventana los primeros rayos del sol intentan abrazarme. Estoy escribiendo un poco, pero no lo logro. Tacho y releo lo que he escrito hace unos días.

“Nunca más la oí, nunca más volvió, nunca más vi su sonrisa, nunca más escuché sus pasos, nunca más curé sus heridas, nunca más pude decirle cuánto admiraba su valentía y cuánto miedo me daba la misma. Nunca más me dormí tarareando una de sus canciones, una de esas que no le dejaba que cantara en casa, pero de todas las formas lo hacía, mientras me discutía que no era poco lo que hacían, que estaban luchando y eso ya era bastante…¡Nunca más le dije cuánto la quería!”

Y es así, las lágrimas ya me acompañan, es otra mañana como la de los últimos 35 años.

Me arrancaron una hija, mi hija me abandonó. Mis hijas huyeron de mí, se cansaron de mis lamentos. Mi mujer murió luchando por La que nunca volvió, en eso se parecían tanto. No tenían miedo, y si lo tenían nunca me dejaron olerlo. Eran mucho más fuertes que yo, el supuesto hombre de la casa.

Yo estoy acá, solo, mejor dicho, rodeado de soledad, en una casa que me respira en la nuca mientras pienso todo lo que perdí y que quizá sí, dejé que me la sacaran.

Esperarla es mi lucha. Ahora sí las entiendo, a mi luz y a mi amor, la estaban luchando y no es fácil, pero es bastante, lo suficiente para sentirse vivo. Lo suficiente para no dejarse morir.

3 comentarios:

Nico dijo...

Qué difícil decir algo cuando terminás de leer algo así. Sé que el motivo no es alegre, pero que gusto leer esto.

Isra dijo...

Impactante la película de Héctor Olivera al respecto...

Cuantos sucesos que al final reposan en la memoria de unos pocos, cuanta tragedia que no perdura, cuanto valor quien lo mantiene vivo...

salud!

Espérame en Siberia dijo...

¡Muchas gracias por tu felicitación en mi cumple, bella!

Recibe todo mi amor y mucha luz :D

Pasaron por aquí,.